A discreción
Por:
Ramiro Bejarano Guzmán
Tomado de www.elespectador.com
25 de marzo de 2012
Sorprende
que haya pasado desapercibido el anuncio del general Navas, según el cual entre
las varias reformas que se propone implementar en las filas castrenses, está la
de enviar al frente de batalla a soldados bachilleres.
¿Queremos que nuestros muchachos en edad de
ingresar a la universidad, en vez de educarse vayan a la guerra? Obviamente
nadie quiere que la juventud termine dando bala y expuesta en las selvas
colombianas. Pero la realidad y la necesidad superan de lejos el deseo.
Muy seguramente los padres de muchos jóvenes que
están terminando su bachillerato, cuando entiendan la dimensión de esta
declaración del general Navas pondrán el grito en el cielo, y no sin razón, más
ahora que vinimos a saber que nuestras Fuerzas Militares incurren en errores de
táctica que exponen la seguridad de los soldados, como ocurrió con la criminal
emboscada de las Farc que acabó con la vida de 11 uniformados, asesinados a
temprana edad.
Si todos los colombianos tuviesen que prestar
servicio militar, incluidos los grandes apellidos y los hijos de los poderosos,
el conflicto interno que lleva medio siglo sin resolverse, a lo mejor las
llamadas fuerzas vivas de la sociedad habrían estado dispuestas a solucionarlo
por la vía del diálogo y a despojarse de varios de sus bienes para contribuir a
la reconciliación. No es un secreto que solamente los de ruana o personas
humildes son los seleccionados para que presten el servicio militar. En esa
selección no clasifican los colegiales que cuentan con padres pudientes,
recursos importantes y que tienen abiertas todas las opciones en la vida. En el
peor de los casos, cuando son escogidos, la milicia para ellos no es dura sino
benigna, porque los destinan a tareas administrativas.
No hay duda, en Colombia los llamados apellidos de
casta son todos nombrables y elegibles, pero ninguno tiene tarjeta militar de
primera. Los muertos del conflicto interno no son los vástagos de la
plutocracia, ni los del estrato seis, mucho menos los perfumados yupis. Los
sacrificados, por lo general, son campesinos de provincia, el dolor de sus
muertes apenas estremece a los suyos y relacionados, jamás al resto de la
Nación.
Hay que admitirlo, así resulte duro. Las clases
sociales no viven de igual manera el conflicto interno. Unas lo padecen
directamente porque ponen la sangre y el sufrimiento, mientras las demás lo ven
por televisión y se escandalizan de un día para otro con las noticias, y hasta
son capaces de asistir a una marcha contra la violencia, pero no van más allá,
porque por sí y ante sí, tienen ganado el derecho a gozar del privilegio de no
involucrarse en ese drama.
Si la idea del general Navas llevando a soldados
jóvenes al frente de batalla en verdad logra erradicar la odiosa discriminación
entre los llamados a tomar las armas para defender el Estado, de manera que
pobres y ricos presten el servicio militar, como sucede en los países
desarrollados, entonces esa propuesta no hay que despreciarla. Por supuesto, no
se trata de que mueran más compatriotas, sino de repartir las cargas de esta
dolorosa tragedia. Tal vez ese día, cuando muchos colombianos vean el rostro de
la muerte en carne propia, podrán comprender lo irracional de esta guerra en la
que ni ganamos, pero tampoco nos derrotan.
Adenda. El exembajador de Argentina en Colombia,
Martín Balza, ha publicado el libro “Mi historia argentina”, interesante y bien
documentado. Destaco su impresionante relato sobre el mensaje que como jefe del
estado mayor y general del Ejército se atrevió a dirigir el 25 de abril de
1995, autocriticando a las Fuerzas Armadas y pidiendo perdón al pueblo
argentino por los crímenes de los militares en la dictadura. Una lección de
democracia, civilidad y decencia que aquí le haría bien a ciertos estamentos
militaristas.
Si quiere escribir al autor: notasdebuhardilla@hotmail.com