Alberto, 73 años de experiencia y el primero en
preescolar
En el colegio Técnico Comercial Manuela Beltrán de
la localidad trece de Teusaquillo, funciona uno de los proyectos de inclusión
educativa más exitosos de Bogotá. Este plantel se caracteriza por sus
iniciativas pedagógicas con enfoque poblacional.
Para la
documentación de esta historia, fue necesario contar con el apoyo de un
intérprete de lengua de señas colombiana, una docente sorda y dos educadoras
más que coordinan los procesos pedagógicos en el colegio Manuela Beltrán, pues
el primer protagonista es un estudiante con sordera, que apenas inició su
proceso educativo, y para entender lo que piensa y siente, lo que recuerda sólo
cuenta con señas rudimentarias o básicas, creadas en la intimidad familiar y en
la cotidianidad entre amigos y compañeros.
Saber
esperar para aprender
Alberto Garzón, estudiante de ciclo 1 – 1, es decir, de pre-escolar, oriundo de Timbío (Cauca), dice que de haberse enterado antes que la gente sorda podía estudiar con tanta facilidad en Bogotá, no habría dejado pasar los 10 años que lleva viviendo en la capital sin vincularse a un proceso formal de educación. Hoy a sus 73 años se propuso estudiar y, en lo posible, aprender a leer para disfrutar de películas y programas televisivos que tanto le llaman la atención.
Según
cuenta, su sordera está relacionada con un hecho de maltrato del que fue
víctima su madre cuando él estaba en el vientre. También, que aunque era pequeño
y no entendía bien qué pasaba de excepcional en su ser, su familia lo llevó a
terapias de lenguaje en el claustro de La Sabiduría por un tiempo cercano a los
tres años, y allí aprendió a verbalizar palabras que nunca ha podido escuchar,
pero con las cuales aún hoy interactúa, y gracias a las cuales logró trabajar
por más de 55 años en una empresa de ebanistería, tiempo suficiente para
pensionarse con un salario mínimo.
Alberto, el segundo de tres hermanos, se casó y tuvo un hijo, que ya es ingeniero y vive en el exterior. Hace cuatro años su esposa y compañera murió. La jubilación y la viudez le dieron un tiempo con el que no contaba antes, un tiempo para sí mismo. “No me gusta estar solo. Me gusta aprender”, señala Alberto cuando se le pregunta sobre el por qué decidió estudiar a esta edad. Explica que fue gracias a Isabel, una gran amiga de él, quien a su vez tiene varios amigos sordos estudiando en el Manuela Beltrán, pues esta institución tiene en su jornada nocturna tres grupos de primaria exclusivos para estudiantes sordos y cuatro grupos integrados, es decir, cursos en los que sordos-oyentes desarrollan su proceso pedagógicos con la mediación del interprete de lengua de señas.
Alberto dice que llegó al colegio porque quiere escribir por sí mismo, entender. Él escribe, o mejor, copia lo que ve en la televisión, en los subtítulos, para practicar y no olvidar lo que aprendió hace más de 60 años. Sin embargo, Martha Gaitán, una de las docentes de la jornada en la que estudia Alberto, explica que él aprenderá mucho más que eso, pues “este es un proyecto que contribuye con el desarrollo de diferentes dimensiones entre las que se cuentan la socio - afectiva, la cognitiva, la axiológica, la política, la económica, la laboral; y cada uno de los ámbitos de interacción como integrante de una pareja, de una familia, de una institución educativa, de un contexto laboral y de diferentes grupos comunitarios y sociales de los que hace parte”.
Alberto, el segundo de tres hermanos, se casó y tuvo un hijo, que ya es ingeniero y vive en el exterior. Hace cuatro años su esposa y compañera murió. La jubilación y la viudez le dieron un tiempo con el que no contaba antes, un tiempo para sí mismo. “No me gusta estar solo. Me gusta aprender”, señala Alberto cuando se le pregunta sobre el por qué decidió estudiar a esta edad. Explica que fue gracias a Isabel, una gran amiga de él, quien a su vez tiene varios amigos sordos estudiando en el Manuela Beltrán, pues esta institución tiene en su jornada nocturna tres grupos de primaria exclusivos para estudiantes sordos y cuatro grupos integrados, es decir, cursos en los que sordos-oyentes desarrollan su proceso pedagógicos con la mediación del interprete de lengua de señas.
Alberto dice que llegó al colegio porque quiere escribir por sí mismo, entender. Él escribe, o mejor, copia lo que ve en la televisión, en los subtítulos, para practicar y no olvidar lo que aprendió hace más de 60 años. Sin embargo, Martha Gaitán, una de las docentes de la jornada en la que estudia Alberto, explica que él aprenderá mucho más que eso, pues “este es un proyecto que contribuye con el desarrollo de diferentes dimensiones entre las que se cuentan la socio - afectiva, la cognitiva, la axiológica, la política, la económica, la laboral; y cada uno de los ámbitos de interacción como integrante de una pareja, de una familia, de una institución educativa, de un contexto laboral y de diferentes grupos comunitarios y sociales de los que hace parte”.
Alberto ahora dedica los días a sus quehaceres, a uno que otro trabajo de sastrería y a estudiar; aunque confiesa que no ha sido fácil, en especial porque las muchachas lo molestan mucho – se ríe con picardía - , pero él les dice que su interés es aprender a leer y a escribir, que mejor se busque un joven. “Yo quiero es aprender y si me distraigo no comprendo” afirma este adulto mayor que espera, además, poder irse a vivir a Popayán una vez termine sus estudios, para disfrutar de un clima menos frío, para sentirse mejor.
Agradecimientos:
Doris
Stella Vergara de Monsalve, Rectora TCMB.
Ofelia Sarmiento, Coordinadora TCMB.
Martha Gaitán, Docente TCMB.
Patricia Ovalle, Profesora sorda TCMB.
Giovanni Garzón, Intérprete lengua de señas TC
Ofelia Sarmiento, Coordinadora TCMB.
Martha Gaitán, Docente TCMB.
Patricia Ovalle, Profesora sorda TCMB.
Giovanni Garzón, Intérprete lengua de señas TC
No hay comentarios:
Publicar un comentario