Por Carlos Fajardo Fajardo
Poeta, catedrático y ensayista colombiano
En el año 2001, en la Revista
Opciones Pedagógicas 23, de
la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá, publiqué un
artículo titulado “La universidad amenazada” donde
anunciaba, a grandes rasgos, el desmonte por parte del neoliberalismo de una
academia crítica, contestataria y propositiva. Hoy en día la Universidad no
solo está amenazada sino liquidada. La tal llamada autoevaluación y
acreditación universitaria se ha constituido para la academia en una orden
inexorable, en una imposición autoritaria: o la ejecutan o la ejecutan. No hay
ni existe tercera vía. Este perverso plan trata de exterminar las apuestas
críticas que sostuvieron a la Universidad durante décadas como centro de
construcción del debate activo y de saberes a contracorriente. A los viejos
académicos polemistas se les ha marginado del ágora universitaria,
arrinconándolos en la soledad de sus cátedras y reemplazándolos por jóvenes con
"espíritu nuevo" vigorosos, eficaces, eficientes, emprendedores,
progresistas y "realistas". ¿Pero de qué realismo se nos habla? ¿Cuál
es la concepción de realidad y de ejercicio de la misma que se propone y se
valora? La respuesta la encontramos en las entrañas empresariales y financieras
de los mercados. "Sed realistas" es su eslogan, es decir, sed
indulgentes con la dictadura de los mercados.
De por sí la Universidad, desde la década del noventa, comenzó a
desmontar todo andamiaje teórico, crítico, que impidiera la entrada de dicho
realismo mercantil, hegemónico y totalitario. Se impuso entonces un deber ser
cínico y perverso: la Universidad
para el mercado, considerando insensato a cualquier opositor atento y
prevenido ante semejante catástrofe. Todas las pocas conquistas de autonomía de
los saberes fueron consideradas caducas, y se acusó a la Universidad
tradicional de no saber instruir en enseñanzas y aprendizajes de punta, y de no
consolidar espacios para "aprender a aprender" las lógicas
mercantiles dinámicas, acordes a los tiempos de una globalización activa, voraz
y triunfante.
Los procesos de acreditación de "alta calidad" han
sumido en un autoritarismo funcional de gestión a multitud de profesores,
quienes ven desaparecer lentamente su condición intelectual, reflexiva y
analítica. La estrategia es perversa: liquidar los pocos espacios de
pensamiento crítico que aún quedan en las Universidades; prevenir –a través del
ahogo administrativo y gestional– cualquier brote de actividad contracorriente
colectiva. Es claro que el autoritarismo capitalista aprendió bien las
lecciones dejadas en los años sesenta y setenta, cuando las universidades y los
estamentos educativos se convirtieron en un fortín de protestas emblemáticas.
Entonces se propusieron, sistemáticamente, a desarticular los núcleos
académicos productores de discursos divergentes y contestatarios. Casi cuatro décadas
después la estrategia neoliberal, de ahogar a docentes y estudiantes con
procesos de acreditación empresarial, ha dado sus beneficios: neoesclavitud
laboral, miseria ética e intelectual; adaptación deliciosa y un dique poderoso
a las protestas.
Así, por ejemplo en los procesos de autoevaluación con fines de
Acreditación de Alta Calidad de los posgrados (especializaciones, maestrías y
doctorados) el Consejo Nacional de Autoevaluación (CNA) en Colombia, propone,
si no impone, un modelo que consta de varios factores, características e
indicadores, los cuales cada universidad adopta a sus condiciones particulares.
En el Modelo del CNA (Ver Autoevaluación
con fines de acreditación de alta calidad de programas de maestría y doctorado:
Guía de procedimiento, mayo 2010), los factores son las áreas amplias del
desarrollo institucional y de sus currículos (Visión, Misión, estudiantes,
profesores, procesos académicos y lineamientos curriculares, investigación,
articulación con el entorno, internacionalización y redes científicas globales,
bienestar y ambiente institucional, egresados, recursos físicos. A su vez, las
características se definen como los procesos particulares con los cuales se
evalúa la "calidad" de cada factor (varían según las instituciones,
pero llegan a un número aproximado de 30 características, entre 3 a 6 por
factor. Los indicadores son los datos empíricos, cuantitativos, con los cuales
se valoran las características a través de fuentes de información tanto
documentales, como de opinión (encuestas, talleres, eventos, entrevistas,
tablas estadísticas). En algunos casos, los indicadores llegan a un número
aproximado de 130, de 10 a 15 indicadores para cada característica, que se
deben procesar estadísticamente, generando un esquema demasiado instrumental,
empirista y de cuadrología empresarial, lo que obliga a los
profesores dedicarle la mayor parte de su tiempo a dichos procesos, tiempo que
debería estar destinado a su producción intelectual y académica.
En tanto a las fases metodológicas del proceso, estas se
proyectan para que el trabajo de acumulación de datos sea permanente y
perpetuo, dejando casi sin ambiente académico a los implicados. Los procesos de
ponderación de los factores, la recolección de información, la generación de
juicios esquemáticos sobre los mismos, la construcción final del documento,
todo ello genera un agotamiento paulatino. Aunque las fases del proceso tienen
un tiempo destinado para su ejecución, en realidad el trabajo se prolonga cada
vez más a medida que se complejizan los datos estadísticos, tornándose
abrumador y tedioso. Cada año, para los programas curriculares, viene con algún
nuevo proceso: autoevaluación, seguimiento del plan de mejoramiento, renovación
del registro calificado, acreditación de alta calidad..., que se reinician
permanentemente, lo que abruma a la academia, la destierra de sus verdaderos
horizontes.
De esta manera, la Universidad fue subordinándose al lenguaje y
a los intereses de los sectores empresariales y financieros, liquidando sus
escasas fuentes de autonomía académica. En esta era de las rentabilidades la
Universidad ha quedado reducida a una eficiente empresa de servicios, ofertados
a un estudiante-cliente. Es la mercantilización y privatización de la enseñanza
contra la socialización democrática de la misma. Se obliga así a las
Universidades a buscar financiamiento propio, "ir a tocar el timbre a las
empresas, pedir donaciones por medio de los contactos de ex alumnos, aumentar
los aranceles de inscripción, en fin, 'venderse'. Tales son en sustancia las
nuevas atribuciones ganadas por las Universidades. Ahora bien, ¿qué es lo que
tienen para vender las Universidades? Como los conocimientos emancipadores
considerados bienes comunes ya no son rentables, ahora se cosifican en
productos que se pueden patentar, y la enseñanza, en carreras individualizadas,
capaces de dar una 'profesionalidad' que desemboque en algún diploma
redituable" (Véase Bruno, I. "La mercantilización de las
universidades", en Le
Monde diplomatique edición
Colombia, septiembre de 2012: 18).
Educar para las exigencias del mercado
La Universidad, como prestadora de servicios, se propone
liquidar lo académico e introducir lo empresarial, es decir, educar para las
competencias, destrezas y habilidades que exige el mercado. Tal es el realismo
que exige el capital, su realización en la era de las privatizaciones. Se
cumple de esta forma con las necesidades de la empresa y no con las exigencias
propias de una academia edificada desde y para el debate de ideas. La pedagogía
queda reducida a un lenguaje instrumental, cuántico, alejada de sus contenidos
propiamente cognitivos, epistémicos, éticos y estéticos. Por lo tanto,
"las Universidades pasan a competir por la demanda de estudiantes,
vendiéndose a criterios extraacadémicos: Los estudiantes están obligados a
demandar lo que los empresarios demandarán de ellos en el futuro. Las
Universidades están obligadas a ofrecer lo que quieran los estudiantes, pero
los estudiantes están obligados a querer lo que quieran sus empleadores. Y los
empleadores están obligados a querer beneficios" (Iraberri y
Almendro,"Bolonia y la Pedagogía. El controvertido papel de la pedagogía
como bisagra imprescindible en el desmantelamiento neoliberal de la educación
pública", en: Bolonia no
existe. La destrucción de la Universidad europea, 2009: 47). Al
convertir a la educación en un servicio por el que hay que pagar, ésta sólo
queda para unos pocos privilegiados. Se impone entonces una academia en que de
"un modelo centrado en la enseñanza pasamos a un modelo centrado en el
aprendizaje. Dos nuevas perspectivas se abren aquí: por un lado, lo que ahora
importa no es aprender contenidos, sino competencias, destrezas y habilidades;
por otro lado, el antiguo estudio ascendente, con etapas y dirección, es
sustituido por un indeterminado y reticular aprendizaje a lo largo de toda la
vida ('aprender a aprender'). Pero, ¿realmente esto pone al estudiante en el
centro de la educación?" (Iraberri y Almendro: 45).
La Universidad, tanto pública como privada, ha caído en manos de
tecnicismos administrativos y de tecnócratas con apariencia apolítica, pero
legitimadores a ultranza de las políticas de pauperización de la misma.
Servidores en la sociedad de la administración, dichos tecnócratas son
entusiastas defensores de los procesos de autoevaluación y acreditación,
denominados por ellos de "alta calidad". Pero ¿Alta calidad de qué y
para quién? La respuesta se hace evidente: alta calidad para las exigencias de
la empresa y la sociedad mercantil. "Empaquetadas, marketizadas, calibradas
para públicos solventes, certificadas por las Normas ISSO, ordenadas según su
prestigio, las carreras universitarias tienden a ser concebidas como mercancías
o como 'marcas', en el caso de las más renombradas, ya muy experimentadas en la
tarea de recolectar fondos privados". (Bruno, I. La mercantilización de las
universidades: 18).
De esta manera, los estudiantes-clientes realizan sus compras de
carreras universitarias convertidas en mercancías, en ofertas según la
preferencia del cliente. Es el negocio de la educación donde la mal llamada
"calidad" se paga, y bien alto. De ciudadanos con derechos
democráticos, a estudiantes usuarios de un servicio que se paga. La educación
se asume así sólo como una inversión rentable.
Son las nuevas sensibilidades educadas para legitimar las
lógicas de los mercaderes, que imponen un "capitalismo cognitivo" el
cual obliga a las investigaciones universitarias a tener "un impacto
social", es decir, que sean económicamente rentables. De modo que el
conocimiento se mide desde una caja registradora, fomentada por las lógicas de
la urgencia, la competitividad y la rentabilidad. En palabras de Polo Blanco
"los 'criterios de calidad' que vendrán a aplicarse al contenido teórico y
científico de la Universidad no habrán de ser sino criterios mercantiles, pues
ahora a la Universidad se le exigirá que, para seguir existiendo, tiene que
producir conocimiento valorizable económicamente, conocimiento rentable para la
innovación y la competitividad empresarial. Dentro de la academia, aquello que
no cumpla semejante 'criterio de calidad', sencillamente habrá de
desaparecer" (Jorge Polo Blanco. "El plan Bolonia como el
cumplimiento riguroso del programa neoliberal", en: Bolonia no existe. La destrucción
de la Universidad europea, 2009:
87).
Bajo las lógicas del mercado, tomadas como un absoluto, la
tercerización de la Universidad se hace evidente. La educación constituida en
un sector de servicios y su dependencia al sector financiero, junto a la
llamada sociedad del conocimiento, han dejado a la Universidad acéfala de
autonomía real. Ante el Leviatán globalizante de la sociedad mercantil "la
educación de hoy, escribe Marco Raúl Mejía, es una educación para la
empleabilidad, no hay más educación laboral ni trabajo en el sentido
tradicional. ¿Y qué es la empleabilidad? La empleabilidad es formar seres
humanos con las competencias, unas capacidades de saber hacer, para salir a
disputar los pocos puestos de trabajo que hay en la sociedad. Pero estas
competencias ya no son para la sociedad, son individuales, es el individuo
quien las porta" (Mejía, J. Marco Raúl. 2004. "Implicaciones de la
globalización en el ámbito social y educativo gremial". Conferencia en el
XX Congreso de Educación Católica, organizado por FIDE, Santiago de Chile).
Se educa para la flexibilidad y el todo terrenismo, es decir para una sociedad donde nada
es duradero sino desechable y, por lo tanto, lo mejor, en esta condición
líquida, al decir de Zygmunt Bauman, es aprender a estar en todas partes y en
ninguna, es decir, practicar surfing laboral, capacitarse para
cualquier actividad, ser jovial, obediente, comunicativo, comprable, ofertado y
vendible, legitimador de los discursos empresariales. Al ser solicitado el
futuro empleado para realizar cualquier forma de trabajo, hacer este surf camaleónico es la exigencia del
mercado educativo.
De manera que se le impone y se le exige al estudiante poseer
unas competencias cognitivas individualistas y técnicas que aniquilan, sin
consideración, el saber por el saber y exaltan un saber-hacer
empírico-pragmatista. Son las competencias para gestionar todos los procesos
instrumentales y funcionales de una educación programada sólo para llevar a
cabo el despotismo delicioso, globalitario.
Tanto en la acreditación universitaria, como en los arbitrajes
de artículos de las revistas indexadas y no indexadas, se manifiestan todos
estos procesos de origen empresarial con un trasfondo de control estadístico.
La proliferación de censos y de cuadrologías cuantitativas, es decir, de un
positivismo pseudocientífico, son las directrices de los arbitrajes académicos y
de evaluaciones y autoevaluaciones universitarias con nomenclatura ecónoma.
Estos procedimientos de control académico, que pululan en esta
época de reglamentaciones instrumentales, han legitimado un modelo de
evaluación vertical jerárquica en tiempos de pensamientos únicos y
administrativos. Son los tiempos de una universidad "emprendedora",
"dinámica", liquidada.
Más información cultural, social y política para reflexionar y actuar:
http://con-fabulacion.blogspot.com/
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