100 AÑOS CONSTRUYENDO NACIÓN Y NO TENEMOS EDIFICIO. ¡INDÍGNATE! ¡INDÍGNATE! ¡INDÍGNATE!

martes, 7 de junio de 2011

Las cartas de la Carta de 1991

Las cartas de la 
Carta de 1991
Escritor invitado: 
 Héctor Pineda Salazar, 
Constituyente de 1991
Tomado del Tiempo.com del 6 de junio de 2011
Las cartas de los derechos y garantías de la carta de 1991 poseen, para bien, un cuidadoso catálogo para la protección.
La Carta de 1991, como naipe sin marcas, es una baraja pletóricas de virtudes: las cartas de los derechos, las cartas participativas, las cartas para la paz, las cartas incluyentes y las cartas ecológicas, entre otras de las muchas características con las cuales expertos y gente del común le reconocen la importancia, alcance y dimensión a la Constitución de 1991, a la que, con todo tipo de ejercicios académicos (orales o escritos) y eventos simbólicos, se le está celebrando el cumpleaños número 20.
Entonces, metidos en el juego, cortando y barajando, encontramos que las cartas de los derechos y las garantías se encuentran apiladas en un abundante articulado que principia por los denominados "derechos fundamentales" o de primera generación (inherentes a la condición humana). La baraja 'As' de las cartas de los derechos fundamentales, en mi sentir, está en el artículo 11, que consagra el derecho a la vida y que prohíbe la pena de muerte. Aunque pueda parecer extraño, por el reguero de muertos que a diario se registran, sería un indicador de la poca importancia y respeto a la vida y, también, la evidencia (empírica) de cómo se les otorga mayor relevancia a otros derechos que al de la vida misma. Algunos, por ignorancia o necesidad,  invocan otros derechos (trabajo, vivienda, seguridad, entre otros), aunque pongan en riesgo la vida propia y la de los suyos.
Así pues, con las cartas sobre la mesa, el naipe de los derechos lo complementa  el reconocimiento expreso de los denominados derechos sociales, económicos y culturales. Se erige la familia como núcleo de la sociedad, se le otorga prevalencia al derecho de los niños (artículo 44), se protege a los jóvenes, a las mujeres, a las personas mayores, se ordena el acceso a la salud (interferido por los negocios de las parasitarias empresas intermediarias de la salud) y, por supuesto, para quienes ejercemos el oficio de testimoniar con plena libertad el acontecer diario, por profesión o vocación,  no podemos pasar por alto, en la descripción de las cartas virtuosas de los derechos,  la especial protección que se le otorga al ejercicio de la actividad periodística y la expresa prohibición de la censura, contenida en el artículo 20 constitucional. Los derechos colectivos y del ambiente, finalmente, conforman una maravillosa 'escalera flor' del naipe de los derechos, establecidos en todas sus generaciones y dimensiones, esencia del Estado social de derecho.
Algunos críticos de la Constitución de 1991 (¿"nuñólatras" por convicción?) insisten en afirmar que la enunciación fáctica de los derechos, por economía retórica, bien ha podido sintetizarse en el artículo 93 (modificado para incorporar el Estatuto de Roma), que a la letra establece que los tratados internacionales sobre derechos humanos aprobados por el Congreso se incorporan y prevalecen en el orden interno. Sin embargo, olvidan los críticos de la letra constitucional que, aun expresos, con todas sus letras, en muchas oportunidades a los derechos se los irrespeta y violenta (¿recuerdan los llamados 'falsos positivos'?) de manera impune, y, por supuesto, con una invocación genérica, con el pretexto de economía verbal, se corre el riesgo de que se hagan desaparecer los derechos con la decisión de un "Congresos de bolsillo", como los de un tiempo para acá.
Las cartas de los derechos y garantías de la Carta de 1991, para bien,  poseen un cuidadoso catálogo para la protección: desde el mandato de la aplicación inmediata de los derechos fundamentales, pasando por la autorización que se otorga a las personas para acudir ante autoridad judicial y hacer cumplir la ley o defender intereses colectivos,  hasta la maravillosa baraja de la tutela, en riesgo de desaparecer en las manos de los prestidigitadores del  régimen.